EL COLECCIONISTA DE PELUSA


En la calle Alfonso X el Sabio de Gijón, haciendo esquina con la calle Lastres, se ubica una pequeña y atípica tienda de coleccionismo, que Ignacio Urrutia López de Robles dirige desde hace años con toda la dedicación de quienes verdaderamente aman su trabajo. El Coleccionista, que así se llama, no es un comercio de filatelia y numismática al uso: antes bien, el stock que exhibe su vistoso escaparate es un dispar hacinamiento de cachivaches de toda índole en el que la presencia de monedas y sellos es poco más que testimonial. Hay viejas botellas de Coca Cola, y platos de porcelana decorados con los rostros de Pablo VI o José Antonio Primo de Rivera, y calendarios de mano eróticos de la época del Destape, y gorras y cascos militares, y dedales, y minerales, y cámaras de fotos antiguas, e incluso un letrero de calle: todo lo que uno pueda concebir susceptible de ser coleccionado.

Sobre la puerta del local, en un amplio cartel, Urrutia anuncia, y anuncia bien, poseer “casi todo en coleccionismo”. El socorrido casi le cubre las espaldas: hay en el universo mundo colecciones tan inverosímiles que ni el bueno de Don Ignacio sería capaz de surtirlas. La existencia de algunas de ellas podría sorprenderle incluso a él, que en todos estos años ha tenido por fuerza que lidiar con los tipos más estrafalarios y ver prácticamente de todo. Por ejemplo, la de Graham Barker, reconocida por el Libro Guinness de los Records como la mayor del mundo (¿de verdad hay más?) de pelusa de ombligo.

Barker inauguró su particular colección el 17 de enero de 1984 en la ciudad de Brisbane, adonde se había allegado durante un viaje como mochilero por su país, Australia. Aquella noche reparó por primera vez en la pelusilla, esa minúscula borlita de fibra textil y vello que el roce de la ropa con la piel va formando en el ombligo a lo largo del día. El hallazgo despertó la curiosidad de Barker, que, intrigado por conocer qué cantidad de pelusilla podía producir un hombre a lo largo de su vida, decidió averiguarlo de la única manera posible: preservando toda la suya en tarros. A día de hoy, ha llenado ya cuatro con unos 22 gramos de pelusa, a razón de unos 3 miligramos diarios. En principio tenía pensado, si alcanzase una cantidad suficiente, confeccionar un cojín con ella, pero finalmente ha optado por donar los tarros a un museo.

Los tres primeros tarros de pelusa de Graham Barker

Barker también colecciona bolsas de panadería y pelos de largas barbas que se deja crecer a lo largo de varios meses y guarda, después de afeitarse, en bolsas de plástico etiquetadas.

Una de las bolsas de pelos de barba de Barker

Cuando la gente le pregunta por qué, él responde, como Robert Kennedy: ¿por qué no? Razón no le falta, pero si la explicación no bastase, el argumento extendido, la historia de sus peculiares aficiones y una sección de interesantes curiosidades científicas sobre la formación y la tipología de las pelusillas pueden leerse en su blog.

Pablo Batalla Cueto

Fuente: La Razón: 26 años guardando la pelusa del ombligo para acabar en el Guiness

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