PUTAS Y SUMISAS


Decía Voltaire que una de las más ridículas supersticiones del ser humano es creer que la virginidad es una virtud. Tres centurias y una larga revolución sexual después, la frase ha perdido vigencia, al menos en el mundo desarrollado. La represión religiosa ha ido siendo retirada de estos andurriales en este tiempo como esos pedacitos de esparadrapo adheridos a las partes más vellosas de la piel: con sumo cuidado, y con suma lentitud, casi con silencioso sigilo destinado a no despertar a la tirita, para evitar la inevitable dentellada de dolor que provocaría un despegado excesivamente rápido. Se ha tardado, pero esa pesada losa ya no aplasta más que al majadero que quiera dejarse apisonar. Salvo cavernarias excepciones que de cuando en cuando se dejan ver por las calles asegurando ser la juventud del Papa, los desinhibidos jóvenes de hoy saben que la vida es un fruto único y efímero, con mucho jugo que extraer, y que retrasar el desprecintado del cofre del tesoro es una autoprivación absurda, demencialmente innecesaria; una ofrenda inútil a un dios que no existe, y que si existe, probablemente le traigan al fresco las modalidades de uso y disfrute con que sus criaturas decidan emplear sus kits de ocio.

Suele suceder que los más apasionados izquierdistas devengan con los años los más acendrados reaccionarios, y también es común que quienes han conocido las más pestilentes podredumbres de la miseria adopten, cuando consiguen enriquecerse, actitudes de desprecio hacia los desheredados mucho más pronunciadas que las mantenidas por los aristócratas de toda la vida. La esencia pendular de la historia provoca con frecuencia que los extremos más distantes se sucedan entre sí. Con esto del fornicio ha sucedido algo así: que si antaño fuera norma el frailuno cerrojazo de las partes pudendas, hoy se tiende a una perpetua jornada de puertas abiertas que tal vez tampoco sea del todo recomendable.

Si añadimos al panorama las deslumbrantes luces de neón del consumismo exacerbado, el resultado puede ser un cóctel molotov tan explosivo como para propulsar las cosas al punto de partida, a la situación prerrevolucionaria que tantos ríos de sudor costó superar. Ni putas ni sumisas, coreaban valientemente las feministas de décadas pasadas, sin saber que la revolución sexual que propugnaban acabaría en algunos casos volando al este para volver al oeste, y pariendo zagalas falsamente liberadas que, al final, desprecian o malentienden las conquistas de sus madres y devienen precisamente aquello que éstas rechazaban ardorosamente ser: precisamente putas, y precisamente sumisas, aunque lo sean no necesariamente a un peludo y violento Bestiájez, sino a la embrutecedora dictadura del consumo.

Fue el caso de no una, sino varias adolescentes mexicanas admiradoras de Justin Bieber (beliebers, se hacen llamar, y estoy alta y gratamente sorprendido de que hayamos tardado 69 posts en hacerlos desfilar por este rinconcillo del ciberespacio) que el verano pasado, desesperadas por acudir al concierto que su ídolo iba a dar en la ciudad de Monterrey, resolvieron ofrecer en Internet su virginidad a quien prometiera regalarles una de las preciadas entradas. Sabido es que la insensatez no entiende de fronteras: más o menos por las mismas fechas se supo de otra púber, ésta china, que, ansiosa a su vez por obtener un iPhone 4, puso igualmente a la venta la flor de su doncellez a cambio del codiciado juguetito.

Si sienten bajo sus pies un cierto como temblor de tierra, no se alarmen: son Concepción Arenal, y Victoria Kent, y Clara Campoamor, y Olympe de Gouges, y Emmeline Pankhurst, y Elizabeth Cady Stanton, revolviéndose, a un siniestro únisono, en el interior de sus tumbas.

Pablo Batalla Cueto

Fuentes: SDP Noticias: Chicas de Monterrey ofrecen virginidad por boletos de Justin BieberABC: Su virginidad a cambio de un iPhone 4

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