DE LADRÓN A PULGARCITO


Cuando la necesidad aprieta, es común encontrarse con inútiles y torpes, extremadamente inútiles, seres humanos, que, creyéndose iluminados por la sabiduría y el talento, se lanzan a obtener, de la estulticia del resto, todo el provecho posible. Su ceguera con respecto a sus probabilidades reales de éxito suele ser absoluto, hasta el punto de protagonizar auténticos gags cómicos que ni siquiera se les han ocurrido a los mejores guionistas del séptimo arte.

Es el caso de Christopher Gibson, británico, perdonavidas, honrado antes de la crisis económica y actualmente hazmerreir en la prisión estatal.  Decidió tomar la vía más rápida para obtener ingresos. Se lanzó a tramar un plan, a su juicio infalible, para hacerse con un suculento botín de unas 600 libras británicas, unos 800 €. Sin duda aquello le solventaría el mes. Gibson no lo dudó un instante. Cerca de su casa, de hecho en la misma calle, existe una tienda, regentada por un anciano, el Sr Yildrim, que siempre está abierta. Gibson estudió lo horarios del comercio, analizó las visitas, incluso me lo imagino hablándose a sí mismo, sobre un croquis mal dibujado de su misma calle, planeando la huida. Una vez que lo tuvo todo preparado, se lanzó, sin pensárselo dos veces, a solventar sus problemas de liquidez.

Gibson, ataviado con una careta que se agarraba como las gafas de cartón, sobre sus orejas, se dirigió al Sr. Yildrim, al que amenazó con un cuchillo de cocina en la garganta. El anciano, que era viejo, pero tenía muy mala uva, decidió enfrentarse al asaltante. En el forcejeo, Gibson perdió la máscara, y el tendero reconoció perfectamente al vecino, por cierto, un comprador habitual de cervezas. En un esfuerzo titánico, Gibson soltó el cuchillo, con tiempo para agarrar de la caja registradora un par de fajos de billetes, antes de salir corriendo ante el estupor y las amenzas posteriores del Sr. Yildrim. El bueno de Gibson introdujo el dinero en una bolsa, sin pensar más que en correr y llegar a la zona donde estaría a salvo. Lo hizo, se fue a su propia casa.

El ladronzuelo aún olisqueaba los billetes recién mangados cuando el timbre de la puerta le sorprendió. Era la policía. A Gibson no sólo lo había reconocido el tendero, si no que la bolsa elegida para ocultar el dinero y emprender su huida, estaba rota. Gibson había sido reconocido y había dejado un rastro de billetes hasta su propia casa. Hoy día, Gibson está cumpliendo dos meses y medio de prisión por atraco.

Ya lo ven. Según la Ley de Murphy, si algo puede salir mal, saldrá mal. Pero a Gibson todo le salió mal. Fue reconocido, dejó un rastro inconfundible hasta su propia puerta y lo único, quizá, que le salió mejor, fue la escasez de su condena. Gibson pasó de ladrón a pulgarcito.

DAVID DACOSTA ANDRADE

@Dacosta1983 

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