LA DESCLARKGABLIZACIÓN DE CLARK GABLE


De tal palo, tal astilla, dicen. Por lo general esto pasa por ser rigurosamente cierto: suele bastar conocer superficialmente al progenitor de cualquier zagal para explicarse casi todo acerca del comportamiento y la personalidad de éste, pero ha de hacerse una puntualización. El tino del proverbio parece absoluto en lo que respecta a la pervivencia de manías, carencias y malos hábitos en general; la genialidad, en cambio, demuestra ser muchísimo más reluctante a la perdurabilidad genética. El universo mundo está lleno de ejemplos de hijos de con las espaldas dobladas por el peso insoportable de un apellido ilustre. A muy pocos el traje de eminencia no les viene grande, y aun muchos de entre los que son capaces de vestirlo con aceptable dignidad deciden renunciar a aparecer con él en público, empleando nombres artísticos que enmascaran la filiación. Algunos son correctísimos desempeñadores de lo suyo, pero la velada exigencia social de ser reemplazos perfectos del hueco dejado por sus papás vuelve grises y mediocres a ojos del vulgo comparador carreras que, de otra manera, podrían haber sido tenidas por lustrosas. Es el síndrome de Jordi Cruyff.

En otras ocasiones, la degeneración es total. Es el caso de Clark Gable III, nieto del icónico galán del cine clásico que pasara a la historia del séptimo arte y de la cultura occidental como uno de los paradigmas por excelencia de la virilidad y la elegancia masculina. El tal Clark Gable III, a quien las fotografías muestran como un raperillo modernete con cara de perdonavidas y el brazo izquierdo profusamente tatuado, fue sentenciado la semana pasada a diez días de prisión y tres de régimen de libertad condicional por enfilar desde un coche un puntero láser a un helicóptero de la policía de Los Ángeles, cegando momentáneamente la visión de sus ocupantes.

Quiero imaginarme a Clark Gable, al bueno, al auténtico, dirigiendo a su insensato descendiente desde el Parnaso la misma frase que espetara a Vivien Leigh/Scarlett O’Hara al final de Lo que el viento se llevó, cuando Clark Gable/Rhett Butler abandona a Scarlett y ésta le pregunta desconsolada a dónde irá, qué hará: Frankly, my dear, I don’t give a damn. “Francamente, querida, me importa un bledo.”

Pablo Batalla Cueto

Deja un comentario